Veteranos del Golfo enfermos advierten de que la historia se repite en los Balcanes
100.000 estadounidenses y más de 6.000 británicos afectados 10 años después de la
guerra
J. P. VELÁZQUEZ-GAZTELU, Madrid
Veteranos de la guerra del Golfo alertaron ayer en Madrid sobre la semejanza entre las
enfermedades que ellos mismos padecen y los casos surgidos entre los soldados europeos que
sirvieron en los Balcanes. La sargento estadounidense Carol Picou y el oficial británico
Ray Bristow sospechan que los casos descubiertos en Europa son sólo la punta de un
iceberg y aconsejan tomar medidas para que no se repita su experiencia. Una década
después de la guerra no se han despejado las dudas acerca del síndrome del Golfo,
que afecta a unos 100.000 estadounidenses y al menos a 6.000 británicos.
Los veteranos creen que los síntomas de los soldados europeos enfermos son muy similares
a los suyos y a los de muchos veteranos del Golfo. Ninguno de ellos señala únicamente al
uranio empobrecido como origen de sus males y reconocen que éstos pueden deberse a muchos
factores -el propio uranio, las vacunas, el humo de los pozos petrolíferos u otros
agentes químicos-, pero subrayan que allí donde se ha utilizado esa munición se han
multiplicado los casos de cáncer.
"Espero que los soldados españoles no mueran tan rápido como lo han hecho los
estadounidenses y que nuestra experiencia sirva para frenar tantas muertes", afirmó
Picou en una conferencia de prensa. "El Gobierno español le está diciendo a los
soldados lo mismo que el de EE UU nos dijo a nosotros hace diez años. Las autoridades
españolas deben reconocer, al menos, la posibilidad de que exista una causa común en las
enfermedades de los soldados".
A principios de 1991, en plena ofensiva terrestre de los aliados, la enfermera
estadounidense condujo un camión a través de las líneas iraquíes para instalar un
hospital de campaña y prestar los primeros auxilios a los soldados heridos en el frente
de guerra. De los 150 integrantes de su unidad, 40 enfermaron rápidamente y 10 de ellos
han muerto. EE UU envió unos 700.000 soldados al conflicto con Irak y aproximadamente uno
de cada siete ha sufrido alguna complicación derivada del llamado síndrome del Golfo.
Cadáveres en la carretera
Picou explicó que durante su estancia en el frente vio tanques, autobuses y coches con
cadáveres calcinados en la llamada autopista de la muerte. "No había visto
nada igual en mis 12 años como militar. Esos cadáveres quemados me dijeron que había
algo extraño en la forma en que se destruyeron aquellos vehículos. Picou señaló que,
además de estar expuesta al uranio empobrecido, tomó varias vacunas para prevenir la
guerra química con que Sadam Husein amenazó a los aliados y que también respiró el
aire contaminado con el humo de los pozos petrolíferos quemados por los iraquíes.
"Nadie nos informó del peligro que suponía el uranio empobrecido", declaró
Picou, cuyo estado de salud comenzó a deteriorarse nada más regresar a Estados Unidos.
Ahora sufre daños cerebrales y dolores musculares, se le ha extirpado la tiroides y es
incapaz de controlar su vejiga, por lo que debe utilizar pañales permanentemente. Picou
no recibe ayuda médica alguna del Pentágono, que le dio la baja en 1995, porque éste
considera que sus dolencias no tienen su origen en una acción de combate.
El británico Ray Bristow sólo estuvo dos meses en Arabia Saudí, entre enero y marzo de
1991, pero el nivel de uranio en su organismo es cien veces superior al de una persona
sana. Bristow calcula que en el Reino Unido, que envió unos 50.000 soldados a la guerra
del Golfo, hay aproximadamente 8.000 veteranos enfermos. "Es difícil saber cuántos
han muerto, pero la cifra sobrepasa los 500", dijo.
Bristow, que viajó a Madrid junto a su compañera invitado por la Campaña por el
Levantamiento de las Sanciones a Irak, afirmó que su deseo es "acabar con el mito
creado por los ministerios de Defensa" de que el uranio empobrecido es un material
seguro. "Hay una pauta clara entre los veteranos británicos, con niveles de
toxicidad muy altos". A su juicio, es necesario presionar para que los gobiernos
investiguen las causas. "La fibra moral de la sociedad española será juzgada en
función de su capacidad para exigir a su Gobierno y a sus Fuerzas Armadas que retiren a
todas sus tropas de las zonas donde se ha detectado uranio", dijo Bristow, que padece
daños cerebrales, dolores en las articulaciones, fatiga crónica y claustrofobia, entre
otras dolencias, que le obligan a desplazarse en una silla de ruedas. Como la
estadounidense, tampoco recibe ayuda médica oficial. En su opinión, los gobiernos están
afrontando el síndrome de los Balcanes con una ceguera voluntaria. "Es lo
mismo que hizo el almirante Nelson antes de un combate naval en Dinamarca; se puso el
catalejo en su ojo ciego y dijo: 'No veo ningún barco".
Una llamada del ministerio
La novia del soldado sevillano Antonio Rodríguez López, muerto de leucemia tras pasar
una temporada destinado en Macedonia, declaró ayer que la familia del militar recibió
una llamada telefónica del Ministerio de Defensa para sondear si tenían previsto
presentar alguna denuncia por el fallecimiento.
Patricia Rodríguez explicó en una conferencia de prensa que la familia no tiene
intención de hacerlo, pero subrayó que sí exige que se esclarezcan las causas de la
muerte de su novio y de los compañeros de éste que sirvieron en los Balcanes.
"Nosotros pedimos una investigación en profundidad porque las estadísticas son
superiores a lo normal. Yo no puedo decir que el uranio sea el causante de todo esto, pero
el problema existe y hay que investigarlo", afirmó la joven.
Una portavoz del Ministerio de Defensa declaró a este periódico que el ministro Federico
Trillo-Figueroa ordenó al gabinete técnico de su departamento que llamase a los enfermos
y a los familiares de los fallecidos españoles que sirvieron en los Balcanes. El objetivo
de la llamada, según Defensa, era expresarles su solidaridad e interesarse por su
situación.
Antonio Rodríguez López falleció en octubre del año pasado, sólo dos meses después
de regresar de la antigua Yugoslavia, como consecuencia de una leucemia aguda. El soldado,
que tenía 22 años, estuvo destinado en Macedonia entre marzo y julio de 2000. Una
compañera de su unidad, de 41 años, está actualmente en tratamiento por un linfoma de
Hodking, un tipo de cáncer.